Texto: Virginia Martinez Erase una vez una joven llamada Mary Ona, que vivía en una tribu de un país muy muy lejano. De aquí a unos cuantos meses, llegaría la ceremonia de su puesta de largo, en la que debía decidir su nueva identidad y qué rol iba a desarrollar dentro de su tribu. Llevaba meses dudando sobre su nuevo papel de adulta, así que cogió su bolsa de viaje y salió a investigar antes de tomar alguna decisión. Estuvo días y días caminando… El primer pueblo que encontró era un espectáculo de color: los árboles daban manzanas de caramelo y las casas eran de chocolate. Había parques públicos con piscinas llenas de pelotas de colores ¡cualquiera se podía meter en el agua a jugar un rato! Estuvo mucho tiempo explorando y degustando el pueblo (en especial los bombones que crecían en unos arbustos del parque). Tenían una norma básica que no le costó adoptar: “ante todo, tómatelo como un juego”, y así trabajó, resolvió sus problemas y vivió. Hasta que un día volvió a sentir la llamada, cogió la mochila y salió a un nuevo rumbo… El siguiente pueblo era una auténtica Torre de Babel: gente de otros mundos, con sus culturas pintorescas. Pudo probar comidas de todo tipo, aprender diferentes idiomas e incluso hacer de guía para los recién llegados. Vió que el mundo era mucho más que su tribu y que había miles de formas de ver las cosas y vivir, y se fijó en aquéllas que le eran más útiles y le hacían sentir mejor. Cuando ya su curiosidad se hubo satisfecho, decidió partir hacia un nuevo destino. Y fue cuando encontró un poblado sorprendente: hombres y mujeres con capacidades mentales extraordinarias. Algunos de ellos con turbantes y bolas de cristal, leyendo el futuro, personas sanando a otras con las manos… tuvo diversos maestros que le enseñaron conocimientos ancestrales y filosóficos sobre el hombre y la vida. Todo le fascinaba y quería saber más… pero ¿eso era a lo que quería dedicarse? ¿Hacia dónde ir? ¿Con qué volver a casa? Estas cosas se estaba preguntando mientras caminaba a lo largo del rio, cuando de pronto empezó a escuchar un chop- chop- chop… Una rana le estaba siguiendo, ¡una rana con corona!? Fue entonces cuando paró su marcha y se miraron cara a cara. La rana le dijo: “Soy el Hada del Río, he estado escuchando tus preguntas… sé que has estado en muchos pueblos y aprendido una gran variedad de costumbres y culturas, joven. Veo que te has puesto a prueba y has descubierto nuevas habilidades. Ahora, en vez de mirar hacia fuera
podrías mirar dentro…. desde que naciste hasta ahora, a través de todas tus aventuras ¿que ha permanecido igual en ti durante todos estos años?… Piensa en los momentos de tu vida que han llenado tu corazón, ¿Qué estabas haciendo? ¿Qué sentido tenía para ti? Recuerda qué cosas has hecho que te han gustado y sobre todo, cómo es que te interesaban, qué te aportaban… Deja que nazca la respuesta, y con ello vuelve a tu poblado… y recuerda que ese tesoro ha estado siempre dentro de ti". Y con ese nuevo hallazgo, descubrió que su viaje había llegado a su fin, mientras fue de camino a su pueblo, pudo averiguar cómo expresar y honrar el tesoro que acababa de encontrar dentro de sí. Y así fue un ejemplo para su tribu, cuyos jóvenes iban a visitar el Hada del Río cuando necesitaban decidir qué pasos deseaban dar en el futuro. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. |
Virginia Martínez
Coaching, formación y orientación CategoríasArchivos
Septiembre 2018
|