Lo curioso es que ésto no sólo pasa con niños, sino también entre adultos. Y, lo más importante, también ocurre con las expectativas que tenemos acerca de nosotros mismos y de lo que podemos hacer. Henry Ford ya dijo: «Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estarás en lo cierto». O lo que es lo mismo, la llamada profecía autocumplida: se va a cumplir lo que esperas que ocurra.
Para romper con esa profecía autocumplida y ampliar horizontes, conviene poner en tela de juicio ideas que nos limitan cuando nos planteamos algo estimulante (del estilo: “no puedo conseguirlo”, “eso es solo para los cracks”…). Esto no significa que obligatoriamente tengamos que seguir adelante a pesar de nuestros recelos. Igual hay buenas razones para desistir.
Cuestionar esas ideas, sirve para verificar si nuestros recelos tienen algún fundamento. Más veces de lo que parece, tan sólo con que nuestra voz interior nos dé un pequeño mensaje disuasorio, de la línea “pon los pies en tierra” tenemos suficiente para abandonar la idea de conseguir algo que nos interesa. Poner esa idea que nos limita encima de la mesa, permitirá que valoremos hasta dónde es realista.
Si es algo que nos ilusiona, bien merece la pena pasar un tiempo analizando su viabilidad. Puede ser útil explorar aspectos como, por ejemplo, qué medios necesitaré, qué coste y consecuencias podría tener en mi vida, a quién/énes de mi entorno les podría afectar o en cuánto tiempo sería alcanzable. Este análisis no sólo nos va a permitir concluir si algo merece la pena ponerlo en marcha o no, sino también actualizar o reciclar ciertas creencias u opiniones caducas que puedan constituir un techo de cristal que limite nuestro desarrollo personal.